Wax on, wax off
- Leopoldo Silberman
- 16 oct 2019
- 3 Min. de lectura
Por ahí de 1986, cuando el autor de estas letras contaba apenas con ocho años, veíamos el año 2000 como algo tan tan TAN lejano que nos limitábamos a suponer que tendríamos un futuro de esos “de las películas de ciencia ficción”, con autos voladores, teléfonos inalámbricos donde podíamos vernos cara a cara con el interlocutor, ropa en colores metálicos y demás monadas generadas por nuestras mentes luego de consumir tanto cine hollywoodense. Y un buen día llegó el dichoso año 2000… y ni se acabó el mundo, ni se cayeron los aviones, ni comenzó una nueva era supersónica. Doce años después se nos volvió a acabar el mundo (ahora por culpa de los mayas) y volvimos a caer en la cuenta de que esto no se acaba… hasta que se acaba.
Y el mundo sigue igual. Sí, tecnológicamente más avanzado pero casi igual. Y los autos no vuelan (aún) ni vivimos en rascacielos que sobrepasan las nubes (todavía). Sí, podemos hablarnos cara a cara con alguien a distancia remota y también es cierto eso de que cada día dependemos más de los inventos humanos para sobrevivir, pero fuera de eso, lo único que en realidad sí se ha perdido es la capacidad de asombro y la tolerancia a la frustración.
Sobre lo primero hay una prueba evidente: a mayor edad, mayor la dificultad para adaptarse a los nuevos inventos. A mi madre le costó semanas entender la dinámica del DVD y meses el saber mandar mensajes en su celular. Mi padre observaba la pantalla de la computadora con desconfianza, como aquellos que en el siglo XIX escucharon por vez primera música saliendo de un gramófono. Y aunque sé que el caso particular de mis progenitores no es regla, sí conozco muchos casos similares. Por el contrario, ¿cuántos de ustedes no conocen a algún escuincle de apenas unos años de edad que sin saber siquiera leer puede encender y manipular un aparato tecnológicamente avanzado, llámese Xbox, iPad o cualquier otro de esos menjurjes? Y nada les sorprende. Nada les parece suficiente. Siempre esperan “lo que sigue”.
Sobre lo segundo es aún más grave dado que ha dado pie a que un montón de chavitos caigan, como la casita del cerdito, al menor soplido de un lobo feroz. Un regaño es motivo de depresión, una decepción amorosa, no se diga. La burla ojete de un compañerito de clase se llama ahora bullying (mi papá le diría: “Si te pegan y no te defiendes, te pego pendejete…”). No minimizo el grado de maltrato psicológico o físico generado en las escuelas y casas, sólo quisiera anotar al respecto que los niños de la era postatómica también lo sufrimos (y los de las guerras y los del siglo diecinueve y los de tiempos de Napoleón), solo que a nosotros nos enseñaron a defendernos.
¿Qué pasó entonces? ¿Acaso los jóvenes actuales no vieron Volver al Futuro para darse cuenta de que cualquier George McFly puede quedarse al final con su Lorraine si le parte la cara al bravucón de la escuela? O más evidente aún: ¿no vieron las tranquizas que le propinaron a Daniel-san antes de que lograra ganarse el respeto de los Cobra-Kai y de sus compinches tras romperle la cara a Johnnie con una patada de grulla? Sólo hacía falta, en ambos casos, ser tenaz, tener voluntad propia, esforzarse por lograrlo… (Wax on, wax off, wax on, wax off..)
A aquellos que hoy en día somos mayores de treinta años, nos educaron con la ley del esfuerzo. Imaginen el éxito potencial de los jóvenes actuales si, con los recursos que ahora cuenta, lograran alcanzar sus metas sin que sus fracasos los tumben. O si no, ¿de qué sirve caerse si no es para levantarse?
Publicado originalmente en LetrasExplícitas.mx, Diciembre 31 de 2012

Comments