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  • Foto del escritorLeopoldo Silberman

Vivir en el Centro


Hoy hacía frío cuando salí a la calle. Crucé Tacuba, caminé por Allende y compré un jugo. Saludé a la juguera, a una pareja que desayunaba fruta en la escalinata de la Asamblea Legislativa, al bolero que instalaba su silla y a la vendedora de tarjetas telefónicas.


En la panadería escogí dos panes y la despachadora me deseó un buen día. En la radio, una famosa locutora daba consejos a los solteros con corazones rotos y el policía en la entrada flirteaba con una de las cajeras.


Y me sonrió la señora que vende chicles en Bolívar detrás de sus enormes lentes y el señor Limantour que no se apellida así pero así le decimos. Subí a la casa, desayunamos juntos, me cepillé los dientes, me puse el saco azul, le besé una vez más y salí de nuevo, esta vez rumbo al auto.


Y como cada mañana disfruté de la Plaza cuando apenas una o dos almas (de los millones que la cruzan) se ha levantado. A una señora, por ejemplo, le da por hacer ejercicio en la esquina con 20 de noviembre y día con día está ahí. También están los mismos oficiales, los mismo barrenderos, los señores que levantan la cortina metálica engrasada del puesto de periódicos y charlan con el vendedor de jugos, con el burócrata que pasa, con la vendedora de vestidos de noche y con la mesera del café de chinos, que charlan con todos los que por ahí circulan desde temprano, apenas cuando el sol se levanta por el oriente.


Vivir en el Centro no es caótico en realidad y tan sólo una vez nos hemos arrepentido, no por el concierto de conocido músico, sino por las bocinas instaladas en cada esquina que el gobierno utilizó para dar mensajes cada cuatro minutos y luego cada dos. Pero pasado el rato pasó el enojo y con ello nos regresaron el ánimo, la paz y las ganas de recorrer sus calles como cada mañana, como cada noche, como cada tarde.


Aquí está todo y hay de todo y es cierto aquello que reza que si no lo hayas aquí es que no ha sido inventado. Y los mares de gente que circulan por todas las arterias no hacen sino dar vida a este monstruo que cambia día con día pero siempre es el mismo.


Alguna vez pensé que sería una extraña aventura vivir en estas calles, pasearlas una y otra vez como si fuera fin de semana, cual si fuera turista o extraño o alien y jamás las hubiera recorrido. Y tengo (tenemos) la fortuna de vivir la aventura día con día y de ver en cada muro un trozo de pasado que nos cuenta una historia y en cada persona que circula, un trocito de mi país, de ese México que tanto amamos.




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