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Verdad, el protomártir

  • Foto del escritor: Leopoldo Silberman
    Leopoldo Silberman
  • 3 jul 2020
  • 2 Min. de lectura

Francisco Primo de Verdad y Ramos nació en 1760. Su cadáver fue encontrado el 4 de octubre de 1808, colgado en su celda del Palacio del Arzobispado. Unos, afirman que fue un suicidio; otros sugieren que se trató de un asesinato.

La historia es conocida: Napoleón invade España, obliga a Carlos IV y Fernando VII a abdicar e impone a su hermano José Bonaparte: este será el punto de partida para que los miembros del Ayuntamiento de México busquen por todos los medios a su alcance el oponerse a la intervención francesa. La propuesta del licenciado Verdad, miembro de dicha corporación, es que ante la ausencia en el trono del rey, se devuelva la soberanía al pueblo, el cual es a su vez representado por los Ayuntamientos, destinatarios por ende del poder en el interregno de la dinastía borbónica.

En las semanas siguientes, el Ayuntamiento insta al virrey Iturrigaray a que convoque a una junta que gobierne en ausencia de Fernando VII. Unos días después, Verdad, junto con Fray Melchor de Talamantes, Juan Francisco de Azcárate y José Antonio Cristo, propone construir un gobierno nacional cuyo sustento sean los distintos Ayuntamientos de la Nueva España. Pero un golpe de estado, a cuya cabeza se encontraba el rico comerciante Gabriel de Yermo, secundado por buena parte de los peninsulares de la Ciudad de México, impone al almirante Pedro de Garay para que asuma la cabeza del gobierno. El virrey Iturrigaray y distintos miembros del Ayuntamiento, entre ellos Verdad y Ramos, son aprehendidos.

Es entonces cuando ocurre la extrañísima muerte de Francisco Primo de Verdad (rara porque como todos sabemos, no es común que alguien que incomoda al régimen se suicide o bien… lo suiciden. Al amancer de ese 4 de octubre se encontraba colgado. Nunca sabremos que pasó. Lo cierto es que Francisco Primo de Verdad y Ramos es a todas luces un hombre de su época, hijo de la Ilustración y quien, a través de sus actos, dio quizá uno de los pasos más firmes en el camino, tortuoso, por supuesto, de la independencia nacional. Su legado, visto a dos siglos de distancia, permanece incólume. Medio siglo después de su muerte, aquellas que alguna vez fueron las celdas del Arzobispado se convirtieron en casas particulares, cuyas entradas se encontraban sobre la calle de Santa Teresa. Actualmente, y como un homenaje al protomártir de la independencia nacional, esa calle recibe el nombre de “Licenciado Verdad”. Descanse en paz.



 Artículo publicado originalmente en Murciégalo. Revista Cultural del CECC. Abril 25, 2011.


 
 
 

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