Un navío, navío cargado de...
- Leopoldo Silberman
- 30 jun 2020
- 2 Min. de lectura
En el siglo XIII, tras el regreso de Marco Polo, procedente del Lejano Oriente, comenzó la obsesión por llegar a las exóticas tierras de la China, paraíso perdido en el imaginario medieval europeo. Las maravillas que habrían de encontrarse en estos lugares, alentaron a los navegantes a buscar nuevas rutas para llegar al oriente, pues la vía tradicional estaba cerrada por los musulmanes. Cuando en 1492 el genovés Cristóbal Colón desembarcó en la isla de San Salvador, jamás imaginó que era otro continente. A su regreso a España y hasta su muerte, aseguró haber llegado a Cipango y Catay, antiguos nombres para Japón y China. La fantasía de Oriente no terminó ahí: varias décadas después de establecidos los virreinatos, los marinos españoles lograron llegar al archipiélago de las Filipinas, bautizadas así en honor al rey Felipe II. De Manila salían los barcos mercantes conocidos genéricamente como “la Nao de China” y el “Galeón de Manila”, cargados de las más variadas mercancías, desde especias exóticas hasta los más suntuosos ornamentos que harían de las casas novohispanas un mosaico de elegancia y colores. Entre estos objetos llegaron las telas, que adornadas con bordados de oro y plata, con flores y animales mitológicos orientales, habrían de hacerse parte de las vestimentas de mestizos y criollos, de indígenas y mulatos. El elegante shaal persa, el sari hindú, el más mexicano de todos, el paliacate, y los sombreros de palma chinos, pronto formarían parte de la indumentaria mexicana de los siglos venideros. Y no solo las Américas se llenaron de la magia de oriente: piratas como Francis Drake y John Morgan habrían de llevar, en forma de contrabando, los productos orientales a sus tierras. La piratería marítima desaparecería años más tarde; empero, sus ulteriores formas de desarrollo no han cesado. Hoy en día, la fascinación por esas tierras continúa, aunque también en forma ilícita. Miles de productos chinos y coreanos invaden nuestras calles amenazando con acabar, como lo hiciera el pirata Morgan, con las formas tradicionales de comercio y producción propias de nuestro territorio.

Artículo publicado originalmente en Ritos y Retos del Centro Histórico, año V, no. 24, jul-ago 2004.
Comments