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¿Será melón... será sandía?

  • Foto del escritor: Leopoldo Silberman
    Leopoldo Silberman
  • 30 jun 2020
  • 3 Min. de lectura

Una anécdota que, sinceramente, no recuerdo dónde escuché, hablaba de una mujer que fue a la librería a comprar libros de un determinado color, sin importar el título, autor o género, por el simple hecho de que combinaban con su nuevo sofá. Algo muy similar nos sucede a la hora de hablar de política.

La costumbre de dejarnos llevar por un color es algo muy recurrente en el ser humano y, aún más marcado está en la juventud. Un tío mío señalaba que, cuando jóvenes, todos somos de izquierda y al madurar todos viramos radicalmente a la derecha. No concuerdo del todo con esa forma de pensar pero creo que algo hay de cierto en que las ideas políticas van cambiando con el paso de los años. El único problema que yo veo es que hay una gran cantidad de jóvenes que se dicen seguidores de un partido político por el simple hecho de seguirle la corriente a alguien, sin estar realmente convencidos de nada. Es como el caso aquel de la muchacha que admiraba al Ché Guevara por —según sus bizarras creencias— ser un cubano que había tenido el gran mérito de haberle dado la independencia a los argentinos.

Indudablemente hay jóvenes muy comprometidos con la política; de ahí que estas palabras estén destinadas al resto, a aquellos que tienen una ligera noción del acontecer nacional aunque no se atreven a definir una postura al respecto. ¿Es malo no ser partidario de un candidato en particular? No. Lo malo es decir que se es sin estar convencido: ¿cuántos de nosotros hemos tenido la ocurrencia de siquiera analizar a fondo las propuestas de los “presidenciables”? Algunos partidos políticos —ahí les va una experiencia cercana al autor de estas líneas— se niegan a dar mayor información sobre sus candidatos alegando que es parte de la campaña y pueden ser víctimas de un sabotaje. ¡¡¿Sabotaje?!! ¿Desde cuando es sabotaje que un ciudadano se entere de las pretensiones de aquellos que anhelan llegar a la silla presidencial? Hasta dónde recuerdo, es nuestro derecho enterarnos, pues la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos nos garantiza el derecho a elegir a nuestros gobernantes, es decir, a aquellos que ejecutarán la voluntad nacional; por ende, ¿cómo elegir si no sabemos qué proponen?

Lo que sinceramente me preocupa es que todos están pendientes de la silla y nadie se acuerda de las curules… el próximo presidente de México, sea del partido que sea, tendrá que trabajar de la mano del Congreso. El poder legislativo representa al pueblo, propone las leyes y las aprueba: ¿cómo podrá hacer su trabajo el “elegido” (ojo, no quise utilizar “electo”) sin la participación de los legisladores? Tendremos entonces seis años más de estancamiento. Los jóvenes representan una gran parte de los votantes pero… ¿se dejarán llevar por el “color”? ¿Por las propuestas? ¿Por el marketing que rodea a los candidatos…  el del pueblo, el apasionado y aquel que soezmente anuncian como “el que sí tiene ‘tamaños’”? La juventud debe analizar las opciones antes de elegir. No basta decirse de izquierda, de derecha, de centro, rojo, azul, amarillo, naranja, verde o de colores. Hay que saber porqué se simpatiza con un color determinado y comprometerse. De eso se trata la democracia.



Artículo publicado originalmente en el Suplemento “Generación M” de Milenio Diario, no. 5, 16 de febrero de 2006.

 
 
 

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