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Sabrás qué hacer conmigo

  • Foto del escritor: Leopoldo Silberman
    Leopoldo Silberman
  • 7 jul 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 30 ene 2021

La película me estrujó el corazón.

Es difícil contar el vacío que deja la muerte sin recurrir al melodrama. Katina Medina Mora lo logra con maestría en esta cinta íntima, dura, pulcramente contada.

Cuando salimos, camino a casa, charlábamos sobre cómo los humanos somos tan reacios a enfrentar la muerte, muy diferentes a Isabel y Nicolás, los protagonistas, que aceptan el duelo de un modo distinto porque la muerte ha tocado a sus puertas en un momento diferente. Yo no puedo evitar pensar en mis muertos: han estado en mi mente todos estos días a pesar de que el dolor –ese dolor que muerde el corazón– hace mucho tiempo haya desaparecido. Están en sus palabras, en sus acciones, en esas imágenes que guardo en el corazón y en ese ejemplo de lo que debo y no debo hacer que sus buenas y malas acciones me dejaron.

Mis muertos no se han ido. No sé si lo harán algún día.

Al día siguiente de ver la cinta, caminaba por la calle de Tacuba cuando recibí un inbox: mi tía Sarah, prima de mi padre, me escribía para avisarnos que su madre, mi tía Chela, había tenido un derrame cerebral y estaba en terapia intensiva.

Le marqué a mi mamá para avisarle y al contestar me preguntó si había recibido el mensaje que me mandó muy temprano; esa misma mañana: a las 6 am había fallecido mi tía Lucha, su hermana, luego de una terrible lucha contra el cáncer.

Llamé para dar una mala noticia y recibí otra de vuelta.

Llevo en el corazón a mi tía Lucha: recuerdo su sonrisa y su voz, la recuerdo en la cocina donde hacía magia y charlando, hablando de sus nietas, de sus hijos y de mi abuelita. La siento cerca y lamento mucho su temprana partida. En su funeral nos encontramos todos: hijos, sobrinos, hermanas, gente que la quería, vecinos. Y ella dormía en un ataúd, vestida de blanco con un manto azul que le cubría el cabello.

Un último regalo de mi madre hecho con sus propias manos.Y la vi ahí, tendida, con las manos juntas sobre el pecho. Y sonreí mientras rodaba una lágrima sobre mi rostro. Ayer hablaba en clase de la muerte de la imagen en el mundo occidental cuando escucho sonar mi teléfono. Era mi madre. No suelo contestar pero sé bien que mamá no marcaría a esas horas a menos que fuera algo importante. Y lo era: había fallecido mi tía Chela. La voz de mi mamá delataba su estado anímico y no era para menos. Dos seres queridos en menos de una semana. Sé bien que es el ciclo de la vida. Sé que una flor muere para dar paso a otra que va naciendo pero, en verdad, es duro. Imagino el dolor de los deudos más cercanos si a mí me dolió tanto.

No he podido dejar de pensar en la cinta de Katina, en su historia valiente de dos seres que se aman, que se encuentran y que se enfrentan a la muerte. Vi a Katina en la premiere, apenas la conozco –la he visto un par de veces en mi vida– pero debo agradecerle el recordarme a través de su obra que no es mala la muerte: lo que nos destruye es la forma en que nos enfrentamos al duelo.

Gracias Katina.



Publicado originalmente en Área de No Leer, revista digital, mayo 31 de 2016.

 
 
 

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