Plaza Río de Janeiro
- Leopoldo Silberman
- 27 jun 2019
- 3 Min. de lectura
Tomaba clases de Historia de la India en la facultad. Mi profesora era no sólo experta en el tema sino que había sido embajadora de México en tal país y en otros cuantos más, lo que significaba que aprendería muchísimo de ella. Al poco tiempo corroboré mi suposición: la señora vomitaba enormidades de conocimiento y experiencia y siempre mencionaba que dirigía la Casa de la Cultura de la India en México. Evidentemente, me brillaron los ojos… Yo venía de haber trabajado en el Museo Casa de Carranza por lo que tenía experiencia en la difusión cultural. Armado de valor me le acerqué y abiertamente le comenté que me interesaba trabajar con ella. Sin reparos accedió a entrevistarme, con una sonrisa en la boca y los lentes resbalando por su nariz.
-Vaya mañana a las cuatro a la calle de Chihuahua, número tal y ahí lo entrevisto.
Puntual cual británico me acerqué al domicilio mencionado y toqué la aldaba de la pesada puerta. La casa era de principios de siglo XX, con un marcado estilo art nouveau. Pregunté por la señora Jaqueline (como me había indicado Graciela, mi profesora) y la señora de servicio me llevó a una diminuta sala en la parte alta de la casa. Digo diminuta porque los muebles, también porfirianos, estaban realmente muy bajos. Y esperé unos minutos sintiéndome Alicia luego de la poción, hasta que llegó Jaqueline.
-Leopoldo, mucho gusto. Graciela me habló de ti…
Y sí, Graciela le había hablado de mí y llegaría en un rato. Jaqueline era una amabilísima persona de origen francés de esas en las que aplica aquello de “la grandeza se mide de la cabeza al cielo”. De ahí que todo el mobiliario fuera pequeño, entendí. Y como eso de hablar “a mi no se me da”, conversamos por un largo rato de la India, del Porfiriato, de la casa, de la colonia Roma… Hasta que súbitamente llegó (y se fue) Graciela, dejándonos con un saludo, una sonrisa y unas cuantas palabras:
-Jaqueline, Leopoldo trabajará con nosotros en el Bhaván. Se hará cargo de la Difusión. Leopoldo: Jaqueline le explicará como está todo. Dale las llaves Jaqueline para que lo conozca…
-¿Pe…pero, no es aquí…?
-No, es en la Plaza Río de Janeiro. Está un poco dañado el edificio pero es cosa de nada…
-¿Dañado?
-Sí, cosa de nada. Se le cayó el techo pero…
-¿El techo?
-Ya le dije Leopoldo, cosa de nada. Nos vemos. Tengo que salir corriendo a otra cita. Se quedan en su casa…
Y sí, nos quedamos charlando un rato más en casa de Jaqueline quien, me enteré, prestaba una parte de su hogar para que el Bhaván, nombre en hindi que le daban a la casa de cultura, siguiera impartiendo cursos. Luego de un rato Jaqueline me entregó un juego de llaves, me reiteró la bienvenida y me acompañó a la puerta. Y así, de sopetón, ya tenía trabajo. Subí al carro y manejé hasta la Plaza Río de Janeiro. Estacioné el auto y caminé hacia donde yo suponía que estaba la casa mencionada. Porque aunque no conocía, tenía cierta idea de haberla visto. Y efectivamente, aunque era de noche y estaba bastante oscuro, la casa en sí no parecía dañada.
Luego de intentar una y otra vez con la llave sin lograr abrir, desistí. Observé una vez más tratando de corroborar el número y… nada. Entonces me vino el macabro pensamiento: “¿Y si esta casa, no es la correcta?”. No pensé que fuera yo tan idiota, pero aún así caminé por la calle buscando alguna otra referencia al número. Y sí: era un idiota. Pronto localicé una placa y seguí la numeración hasta llegar a…
-Oh-mi-Dios… -pensé. En qué lío me acabo de meter…
No, la casa no estaba dañada. Estaba casi destruida.
Metí la llave en la ranura y le di vuelta… No sabía todo lo que me iba a pasar al hacerlo.

Artículo publicado originalmente en Payaso Procaz. Cultura sin pudor, Diciembre 5, 2012
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