Nuestro Centro
- Leopoldo Silberman
- 28 jun 2020
- 2 Min. de lectura
Cuando lo recorro de pe a pa, cada uno de sus rincones me reconforta. El anecdotario familiar no sería lo mismo sin hablar de alguna de sus calles, de un local, de un café, de una esquina donde un tío conoció a una tía o donde laboraba el abuelo. Mi padre nos contaba ene cantidad de historias cuando comíamos en La Blanca después de recogernos en la escuela. Mi hermana y yo escuchábamos atentos sin distinguir la delgada línea que separaba la ficción de la realidad en las palabras de papá.
A fin de cuentas, el Centro era en ese entonces parte de nuestras vidas, escenario de múltiples batallas personales y teatro del diario acontecer de una familia dedicada al comercio. Y a diario visitábamos clientes en la zona de Mixcalco, comprábamos tela de vez en vez en la calle de Guatemala, comíamos en Madero o Cinco de Mayo y recorríamos las tiendas bobeando en los aparadores de San Juan de Letrán. Y la primera aventura sin mis padres, tomando el metro con algún amigo y caminando hasta el atardecer, la tuve en el Centro Histórico. También ahí fui víctima de mi primer asalto (a una cuadra de la Torre Latino), con lo que aprendí a caminar a las vivas y a no confiar en nadie. Nunca a temer a esas calles que mucho me han dado a lo largo de estos años. Y al llegar a la facultad, esas mismas arterias se volvieron mi materia de estudio, mi pasión y mi modus vivendi. Entonces las recorrí una y otra vez con ahínco, fijándome en cada muro, en cada ventana, en cada balcón y en todos sus personajes, recurrentes los unos, desconocidos los otros, pero todos apasionados de ese barrio tan cambiante y tan vivo que es la muy antigua noble y leal Ciudad de México.
Hoy veo con gusto que se reinventa, que se transforma en una urbe cada día más cosmopolita y el verdadero corazón cultural de la nación. Nuevas generaciones la toman como propia, como objeto de moda y punto necesario de reunión. Y aunque los viejos negocios cierran sus puertas, siempre abren paso a otros locales más cercanos a las necesidades del público actual, del transeúnte que hoy día recorre sus calles. Y sentado en una banca frente a la Alameda recordé a mi padre contando historias inciertas mientras mi madre endulzaba su café con leche, sonriéndonos y acariciando el cabello de mi hermana, a sabiendas de que esas calles nos unirían toda la vida, de que la mejor herencia que podían dejarnos era el amor a ese, nuestro Centro Histórico.

Publicado originalmente en LetrasExplícitas.mx, Julio 15 de 2013.
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