Mujer en llamas
- Leopoldo Silberman
- 15 oct 2019
- 2 Min. de lectura
La gente se arremolinaba frente a la iglesia cubriéndose del frío, tratando de integrarse a esa masa cálida que frenaba la helada corriente que recorría de sur a norte la calle Real de Guadalupe. Esa noche había bajado la temperatura: ni los calcetines de lana, ni las capas y capas de ropa lograban que entráramos en calor. Pero a ellos eso no parecía importarles. No parecía afectarles en lo más mínimo. Sonrientes comenzaban a tocar los instrumentos y encendían las antorchas ante los ojos asombrados de la población coleta y de aquellos que, como yo, estábamos de paso por la ciudad. Hablaban varios idiomas, sus rostros eran muy distintos entre sí: los unía la calle. Los unía el acto artístico de danzar con fuego, de hacerlo propio, de lanzarlo por la boca y manipularlo para hacer las formas más arriesgadas. Ella no había comenzado su acto, continuaba al fondo -cercana a la puerta de la iglesia- delineándose el contorno de los ojos, cubierta apenas por una vieja sudadera rasgada. Comenzaron entonces a sonar los bongós.
Ella se levantó y se deshizo de la sudadera quedando apenas con una delgada blusa verde y un pantalón rojo. Nos miró con malicia y comenzó a bailar mientras sus manos hacían malabares en círculos cada vez más amplios. Más y más gente se acercó, fascinada con el espectáculo de aquella chica de aretes largos que dominaba al fuego, lo hacía suyo, lo hacía bailar a su ritmo. Más y más instrumentos se unieron a ese rito, ceremonia de iniciación ígnea, de entrega al dios del fuego que asemejaba los rituales más antiguos de nuestros ancestros. Hipnotizados, seguíamos todos y cada uno de sus movimientos y ella, en trance, bailaba sin parar, sin vernos más, sin percatarse de la presencia de nuestros ojos invasores en su templo inmaculado. Y el tiempo se detuvo en su ser cuando quedó en llamas, inmolándose en el atrio del templo ante los ojos atónitos de todos nosotros. El fuego la consumió. El fuego los consumió a todos y la gran hoguera nos regaló una cálida brisa que deshizo el hielo que cubría nuestros rostros.
Era Navidad.
Publicado originalmente en LetrasExplicitas.mx, Diciembre 24 de 2012

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