Mala madre, mal bicho (y dicen que yo soy mala leche)
- Leopoldo Silberman
- 30 jun 2020
- 3 Min. de lectura
El viernes pasado estaba listo para hablarles de una clasificación taxonómica que quiero proponer a la ciencia: la diferencia genética entre un mala leche, un ojete, un gandalla y un culero (porque ¡aunque usted no lo crea!, no son lo mismo), cuando escuché una historia que me ha hecho reflexionar y preguntarme si acaso los cuatro términos (mencionados dos renglones arriba) pueden encajar en una sola persona. La conclusión es un terrible “sí”. Aquella historia hablaba de una mujer que, dedicada a la fiesta, el relajo y el placer, un día decidió (¿por qué no?) tener un hijo. Y el día llegó en que la criatura nació y, si bien no bajaron tres hadas a otorgarle los dones que le harían falta en su vida, al menos podemos decir que fue un niño sano, lindo y hasta simpático. Tiempo después, la madre decide que puede repetir la hazaña y se embaraza una vez más, trayendo en esta ocasión al mundo a una niña con ojos lindos y un corazón enorme. Hasta aquí el lector se preguntará: “¿De qué demonios habla este payaso, si al parecer la madre en cuestión es una buena madre?” Pero… ¡no es así! Resulta que, una vez satisfechas sus ganas de parir un par de chilpayates, la susodicha decidió, como decía mi abuela (sí, TUVE abuela) “dejarlos de la mano de Dios”… Traducción: los pobres niños están más que abandonados, con problemas no sólo de salud, sino incluso de habla, coordinación motora y capacidad de relacionarse con otras personas. Mientras que un niño bien tratado y educado puede comenzar a hablar en meses, estos pobres están menos cuidados que Mowgli (porque al menos a éste lo cuidaban los animales de la selva). El niño es un pequeño salvaje y la niña no se queda atrás. Y aunque la familia ha tratado de hablar con la madre, nada han podido hacer. La pregunta que este payaso se hace es: ¿para qué tienes hijos si no los vas a cuidar? Hasta los animales procuran a sus cachorros por mero instinto. Dejarlos crecer así, salvajemente, es no sólo una falta terrible (y no soy moralista) sino incluso es algo contra natura. Mientras escuchaba la historia de la madre de Mowgli pensaba que no es un caso aislado; que miles de padres y madres tienen hijos “nomás por tenerlos”… ¡Por eso yo no tengo hijos! Vaya, hasta un perro necesita cuidados… ¡qué decir de un hijo cuyo desarrollo futuro depende de los primeros años de vida! ¿Y saben qué es lo que más coraje me da? Que mientras la mala madre, mal bicho, no le dedica un minuto a los pobres hijos, sí tiene tiempo para poner pendejaditas en Facebook, Twitter y demás redes sociales. ¡Para eso sí tiene tiempo la culera! ¡Qué poca madre…! Te voy a pedir un solo favor: si tú eres de este tipo de personas, si en tu naturaleza no está el cuidar a una criatura y formarla para que sea alguien sano y de provecho, NO TENGAS HIJOS… (ni perros, ni plantas). Si los tienes y me entero, seré el primero en llamar al DIF para que te los quiten por culero, ojete, gandalla y mala leche. Y sí, ¡estoy encabronado! (Ya haré mi clasificación después… ).

Artículo publicado originalmente en Payaso Procaz. Cultura sin pudor, Agosto 13, 2012.
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