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Los otros

  • Foto del escritor: Leopoldo Silberman
    Leopoldo Silberman
  • 28 jun 2020
  • 5 Min. de lectura

Janice la abrazaba mientras yo, sentado frente a ella, escuchaba lo que, según sus propias palabras, era “la historia más triste del mundo”, la historia de cómo Julián Galicia jugó con sus sentimientos. Pero a decir verdad era algo que todos sabíamos o, al menos, esperábamos. Todavía recuerdo el cinismo con el cual Lucho, el mejor amigo de Julián –un toro de dos metros con cara de bobo– me presumía sus andanzas amorosas en las posadas a las que había asistido hasta ese momento (íbamos por la cuarta), describiendo con un morboso lujo de detalles todos sus supuestos affaires, aún a sabiendas de que yo era el mejor amigo de su novia en turno. Terminada su perorata se alejó del mingitorio y, al tiempo que se lavaba las manos, me habló de la apuesta que él y Julián habían hecho al inicio del año: acostarse con el mayor número de chicas del salón.

Una mañana al término del descanso, el par de patanzuelos se había sentado frente al laboratorio de Química y habían esperado a que subieran todas y cada una de las alumnas del salón para, observándolas a detalle, calificando y descalificando sus atributos, escogieran al grupo selecto. No eran todas, me decía orgulloso. Eran apenas… quince de treinta. Lo grave de este caso no era que Lucho lo contara a diestra y siniestra a todos los hombres del salón, sino que todas las chicas (las treinta) lo sabían también. Una de ellas me comentó al saberse en la lista: “Sólo una pendeja cae con estos idiotas…” Cabe mencionar que fue la primera en la lista de Lucho.

Y Paula Olson era parte de la lista de Julián. Lo sabíamos. Se lo dijimos en su momento cuando él comenzó a rondarla cual gato en la mitad de la noche. A mí no me hizo caso (“De seguro estás celoso. Todos los hombres son así. Nomás se nos acerca uno guapo, ustedes lo consideran puto o culero”) y mucho menos a Janice, su mejor amiga, quien trató por todos los medios de advertirle. Pero… no escuchó. Aquel día que tuvimos que hacer equipos para la práctica de geografía, Julián se apresuró a estar en el mismo que Paula. La cita era en casa de otro miembro del equipo, así que el mozalbete aprovechó para escoltarla caballerosamente desde la escuela hasta el sitio (“Además de guapo, ¡tiene carro!”). Cuentan –yo afortunadamente estaba en otro equipo– que no se separó de ella en toda la tarde y, cuando todos se dieron cuenta, ellos ya estaban en pleno arrebato carnal en uno de los sillones del anfitrión. Paula se dejaba llevar, completamente ilusionada mientras el pulpo extendía sus tentáculos por toda su figura, incomodando a todos los presentes. Un rato después desaparecieron.

Al día siguiente, el chisme pasó de lo sencillo a lo grotesco en apenas unas horas. Como amigo de Paula que era, me sentía incómodo pues ella ni siquiera había asistido a las primeras clases. Lo comenté con Janice quien me dijo que la chica ya estaba en camino y venía con el corazón destrozado. Al llegar, sentados en una jardinera, nos relató lo que había acontecido: luego de haber sucedido lo que tenía que suceder, él se ofreció a llevarla a su casa. La llevó al auto, abrió caballerosamente la puerta y al ponerse el cinturón de seguridad, le sonrió. Fue la última vez que él le dirigió una mirada. Todo el camino manejó en silencio y no contestó una sola de las preguntas que ella le hacía, incómoda por la situación y desesperada ante la sepulcral actitud del seductor. Al llegar a casa de Paula, él simplemente señaló la puerta para que ella se bajara. Una vez con los pies en la acera, él pisó el acelerador y se fue.

No valían la pena los “te lo dije”, ni los “era obvio”. Ella se sabía usada. Infamemente usada por un tipo que además llegó al día siguiente a la escuela con una sonrisa de oreja a oreja y comenzó a esparcir el chisme con lujo de detalles. Optamos por abrazarla, escucharla y tratar de estar ahí, para ella en esos momentos que sabíamos le serían difíciles de pasar. Y sucedió lo esperado: miradas recriminatorias, chismes en el pasillo, papelitos cruzándose por todo el salón. Nadie juzgó a Julián. Nadie habló mal de Lucho. Incluso otras chicas que también habían caído en el juego miraban con desdén a Paula. Y todos aquellos que no eran sus amigos –que éramos muy pocos– la criticaban cruelmente. Todos menos Efrén.

Efrén era un buen tipo. Lo conocí en la clase de inglés porque era poseedor de un maravilloso acento británico, producto de una infancia en Londres y una educación rigurosa. Efrén se acercó a Paula tímidamente en esos días y le ofreció su amistad. Ella aceptó, un poco temerosa al inicio, pero poco a poco él fue logrando que ella quitara esa barrera, lógica en las personas lastimadas sentimentalmente. Y todos conocíamos los sentimientos de Efrén porque éste no podía ocultarlos: un enorme ramo de rosas un día; una carta impecablemente escrita dejada en su mochila; un oso de peluche que cubría la totalidad del techo del auto de la señora Olson, dejado expresamente ese día en que Paula lo llevaba a la escuela. Efrén estaba verdaderamente enamorado. Ella aceptó ser su novia.

Y Efrén llegaba todas las mañanas irradiando felicidad y a todos saludaba y a todos sonreía… pero un día lo vi, sentado al fondo de la cafetería leyendo un libro, cabizbajo, triste. No dijo absolutamente nada –ni yo me atrevía a preguntarle. En esos días poco me crucé con Paula, hasta que un día, saliendo de la clase de Lógica, pude hacerle la pregunta del millón:

–Pau, ¿qué pasó con Efrén?

–Lo corté.

–Parecía un buen tipo. ¿Qué te hizo?

–Nada. Es sólo que…

–¿Qué?

–Es que sigo enamorada de Julián…

Esa vez, el silencio sepulcral fue mío. No pude ni quise entenderla. Ni a ella ni a las que pensaban como ella. Cuando le comenté a Joanna, mi mejor amiga, que Lucho abiertamente presumía sus engaños, ella se limitó a decirme: “¿Por qué ustedes le tienen tanto coraje a los guapos…?” Nunca quise investigar qué quiso decir con  “ustedes” o cuál era su concepto de “guapos”. ¿Hacía falta ser un patán para ser considerado guapo? ¿Debíamos ser presuntuosos y soberbios y usar a las mujeres como un trozo de carne? ¿Como un objeto?

Si era así, prefería ser parte de los otros…

Post Scriptum: Hace poco me notificaron de una reunión de exalumnos a la que no asistí, aunque pude ver –dado que me etiquetaron en todas las fotos– a los galanes de esos ayeres… y vaya que existe eso a lo que llaman karma. ¡Oh, justicia divina!




Publicado originalmente en LetrasExplícitas.mx, Abril 8 de 2013.

 
 
 

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