La guarida de Ogreón en México
- Leopoldo Silberman
- 30 jun 2020
- 2 Min. de lectura
¡Ay, que tiempos aquellos en que las fiestas decembrinas eran amor y paz! Hace ya algunos años nos hemos topado, cada vez más, con gente estresada incluso en esas temporadas en que se respiran otros aires en la gran ciudad. Y es que la condición de megalópolis no puede, muchas veces, ir de la mano con la apacible celebración navideña.
Las calles se llenan de orates automovilistas, ansiosos de llegar a sus destinos a velocidad supersónica; los mercados y supermercados se atiborran de gente que (¡qué raro!) dejó las compras hasta el último momento. Y nada les piden las tiendas departamentales, perfumerías, joyerías, panaderías y charcuterías… toda la ciudad es un gran tianguis persa.
Sin embargo, “el espíritu jamás fenece”, dirían los románticos (o los cursis, por llamarles de otro modo), o “no hay mejor época para decirle a tus seres queridos que los amas, que la Navidad”. La pregunta seria: ¡¿POR QUÉ?! ¡¿Por qué no usar todo ese “charm” o encanto decembrino el resto del año?! No es necesario el famoso puente “Guadalupe-Reyes” (para aquellos ajenos a la jerga dominguera mexicana, es el vínculo imaginario entre el día de la Virgen de Guadalupe celebrado en diciembre 12, y el tan afamado día de los Reyes, situado el 6 de enero en nuestros calendarios) para justificar una buena acción, ya que ésta se puede llevar a cabo en cualquier época del año.
¿Serán las luces, los adornos, los árboles, los villancicos, los que nos inspiran a “ser buenas personas”? ¿Será acaso que en realidad sí hay algo, un tipo de energía o fenómeno paranormal que nos impulsa a “hacernos buenos propósitos” y sobre todo, (ilusos de nosotros) a decir que vamos a cumplirlos?
Cualquiera que sea la verdadera razón, lo cierto es que la Navidad (que por cierto, en México empieza en el otoño, aunque el lector no quiera creerlo) es y ha sido desde hace muchos muchos años un buen motivo para reunirse, un excelente pretexto para mirar sobre nuestros hombros y ver lo que hemos hecho, lo que no logramos, lo que nos falta por conseguir. Solo podemos nosotros hacer una humilde petición: Señores lectores, si ustedes desean unirse al resto, maravillados por el conciliador espíritu navideño, o si bien prefieren recluirse en su guarida, como Ogreón, y hace caso omiso al acontecer citadino, les suplicamos, por lo menos, aprovechar la ocasión y echar una miradita a las calles, a las luces, a las risas de los niños. Tal vez eso los convenza.

Artículo publicado originalmente en Ritos y Retos del Centro Histórico, año V, no. 26, nov-dic 2004.
Comentarios