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Hace mucho lo sabía, sólo que no lo dije...

  • Foto del escritor: Leopoldo Silberman
    Leopoldo Silberman
  • 7 jul 2020
  • 2 Min. de lectura

Para tí, siempre para tí, Gleny…


Hace mucho lo sabía, sólo que no lo dije.

Lo supe cuando caminaste a mi lado por el Centro y te mostré palacios y conventos y edificios neoclásicos y calles abarrotadas de personas y tú me hablaste de ti y de tu país y de otros tantos y al fin en un momento perdí el miedo y toqué tu mano y tú la entrelazaste con la mía.

Lo supe cuando en el marco de la puerta de tu cocina me hablabas de la India mientras me preparabas curry y yo sólo pensaba en lo mágica que era tu voz y en cómo me gustaba tu sonrisa.

Lo supe en el cine y en el café y mientras admirábamos los alebrijes gigantes en la Roma y mientras me enseñabas palabras en tu idioma que aunque es también el mío llega a ser tan distinto.

Lo supe en realidad desde un principio y pensé que era un sueño y tenía mucho miedo de despertar y que el sueño fuera únicamente mío.

Y no fue así.

Entonces te dije que te amaba y te erigí princesa de mi reino y dueña de mis sueños y ama y señora de mis pensamientos.

Te conté mil y un historias una noche y te hablé de mi patria y sus colores y tú me hiciste amar sin conocer aún el suelo que te vio nacer y donde tú creciste.

Y juntos recorrimos una, dos, tres, cuatro… cuanta ciudad se ha cruzado en nuestro camino.

Y yo aprendí a gritar en los conciertos y a bailar y reír y entendí que la vida no es tan sólo el trabajo.

Y tú aprendiste que los gatos son tiernos y yo aprendí que el mar es el verdadero paraíso al que acceden los hombres.

Y sabía que me amabas como sabía también que quería pasarme la vida contigo.

Y todos lo sabían o intuían, incluso me preguntaban si habría de casarme contigo y yo decía que sí pero no lo sabías.

Eso no te lo dije.

Y así pasaron semanas y meses y pensé y pensé e incluso imaginé la escena completa de cómo te diría que quería que estuvieras conmigo no un año, dos, ni diez, sino toda la vida.

Y así te lo pedí una mañana calurosa de un 24 de diciembre, en un país que no era el mío ni era tampoco el tuyo.

Y dijiste que sí.

Y en todos estos meses he disfrutado tanto el concebir el día, la noche, ese momento justo en que te prometiera ser tuyo y tú ser mía y envejecer contigo y ser una familia.

Y así fue.

Y esa tarde salí de aquel hotel, atravesé la calle y entré a la Catedral a esperar tu llegada.

Y fieles a la tradición no me dejaron verte hasta que en el altar te recibí del brazo de tu padre.

Y sonreí y lloré al verte tan hermosa.

Y así lloro y sonrío al ver sobre mi mano la sortija que enlaza nuestras vidas y al observarte dormir mientras te escribo esto que tú leerás mañana cuando yo no esté en casa.

Y sé que llorarás porque así somos: un par de locos cursis, tórtolos, enamorados, de esos que ya hay muy pocos y que derraman miel por todos lados.



Publicado originalmente en Área de No Leer, revista digital, agosto 23 de 2016.

 
 
 

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