top of page

El relojero y el tiempo

  • Foto del escritor: Leopoldo Silberman
    Leopoldo Silberman
  • 30 jun 2020
  • 2 Min. de lectura

A punto de morir la hora, esperamos el renacer del tiempo en la calle de la Palma. Sabemos que de un momento a otro, el reloj habrá de sonar y con él la ahora tan esperada marcha de los soldaditos de plomo que acompañan al tañer de las campanas. Conocemos al reloj, más jamás imaginamos quien es el relojero.

En las entrañas de la máquina que embellece al Centro Histórico nos recibió, amablemente, don Luis Hernández, profesor de relojería y responsable de resucitar a lo que en un momento fueron solo fierros viejos y oxidados. Sus manos, su paciencia, y sobre todo, el amor que tiene por su oficio, hicieron el milagro y aquel reloj nacido en Londres en 1895 y abandonado a su suerte en una parroquia de Xochimilco, logró andar de nuevo, como andará mientras la vetusta y noble ciudad siga en pie.

Nos confesamos ajenos a todo conocimiento útil o necesario acerca de la relojería; gracias a ello, tuvimos la oportunidad de introducirnos, de la mano de don Luis, al mundo del tiempo, del tic tac tan cotidiano que para nosotros es imperceptible, pero para él es el centro de su vida. Y es que los relojeros no solo trabajan por la percepción monetaria, cada vez menor, que obtienen de su profesión: trabajan por gusto, por la satisfacción de tener en sus manos una maquinaria perfecta, como perfecto es el tiempo mismo.

“Es una combinación de ciencia y arte” señala don Luis con respecto a su trabajo, y acto seguido nos presenta a Hugo Bautista, compañero de oficio, y a Carlos Muñoz, quien vende refacciones de relojería. Y con ellos continuamos la plática que partió desde los antiguos relojes que utilizaban la sombra del sol para indicar la hora, hasta los más modernos, los que utilizan todo tipo de baterías. Lo más irónico, es notar que en los brazos de los relojeros a veces falta el reloj, y más aún, saber por sus propias voces que en el oficio “se pierde la noción del tiempo”.

Nos despedimos de don Hugo y don Carlos en espera de volver a encontrarnos; don Luis será más fácil de localizar: cuando no lo encuentre usted colgado de un reloj monumental mientras lo repara o le da mantenimiento, búsquelo entre los transeúntes que se detienen a ver el reloj de la calle de la Palma, escondido en la muchedumbre, satisfecho de escuchar las opiniones que tiene la gente sobre el reloj al que, con un soplo de esperanza y mucho trabajo, volvió a dar vida.



Artículo publicado originalmente en Ritos y Retos del Centro Histórico, año V, no. 25, sept- oct 2004.


 
 
 

Comments


Publicar: Blog2_Post

©2019 by leopoldosilberman. Proudly created with Wix.com

bottom of page