El prisionero de If
- Leopoldo Silberman
- 28 jun 2020
- 2 Min. de lectura
En alguna parte leí hace algunos años que todo francés que se considere realmente francés, debió haber leído, cuando niño, Los Tres Mosqueteros y, de adulto, El Conde de Montecristo, pues si bien muchos valoran a Víctor Hugo como el mejor escritor de Francia, también se considera a Alejandro Dumas el más querido. Yo no sé si a la fecha esta condicionante de “galicidad” (si se me permite la expresión inventada) siga siendo vigente; lo que para mí es cierto es que Dumas marcó mi vida.
Conocí a los Mosqueteros hace ya varios años y, en medio de intrigas palaciegas y emoción a capa y espada aprendí sobre la amistad y el honor, sobre el valor y la bizarría en el siglo XVII. Mi mente infantil reconoció el uso de la espada como el verdadero signo de valentía masculina en la defensa de las causas nobles. Sin embargo, años después me reconocí en Edmundo Dantes, ese joven marino inocente de todo crimen y que es encarcelado injustamente en la prisión de If. Dantes me enseñó que el estudio hace superar el hombre, que todos tenemos un abate Faría que nos guie en los más oscuros y tenebrosos senderos. Dantes me hizo recapacitar sobre el valor de la constancia y, sobre todo, de la paciencia.
Imagino que Dumas no escribió sus novelas pensando en el efecto que tendrían en las futuras generaciones de lectores juveniles a lo largo y ancho del planeta pero… vaya, qué maravillosa casualidad del destino el que la mano imberbe de un mexicano tome del estante atiborrado de libros aquel que por el título llame tanto su atención: “El Conde de Montecristo”.
No he encontrado aún lectura que me cause más placer que el releer las páginas de Dumas. Y ¡qué decir de las enseñanzas maquiavélicas que dejó en mí! Porque… la venganza es dulce.

Publicado originalmente en LetrasExplícitas.mx, Marzo 25 de 2013.
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