El lápiz
- Leopoldo Silberman
- 3 jul 2020
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Es un lápiz. Es una barra de grafito encerrada en un cilindro de madera.
Es quizá un de los inventos más interesantes del hombre. Crecemos con él, nos acompaña al trabajo, en momentos de placer y de tristeza.
Es suave pese a su nombre, que en latín significa piedra.
Los datos más antiguos que tenemos de él lo sitúan en Inglaterra en 1564, cuando una tormenta dejó al descubierto un yacimiento de grafito debajo de un roble.
La sustancia también se utilizó para marcar al ganado, pero manchaba los dedos y se deshacía con facilidad.
A mediados del siglo XVIII un alemán de nombre Kaspar Faber mezcló grafito, azufre, antimonio y resinas, creando una masa viscosa.
Al formar una varita con la mezcla, se dio cuenta de que tenía mayor firmeza que el grafito mismo.
Nüremberg fue el primer lugar donde se produjeron lápices en forma, utilizando técnicas modernas de fabricación.
Hacia 1792, el ingeniero francés Jacques-Nicolas Conté ideó lápices de grafito y arcilla, cubiertos con madera de cedro.
Éstos se hicieron famosos muy pronto a lo largo y ancho del mundo.
Sin embargo, muchos atribuyen el crédito al carpintero austriaco Josef Hardmuth.
La primera fábrica de lápices en gran escala data de mediados del siglo XIX, y se situó en los Estados Unidos.
Para Ernest Hemingway, un buen día de trabajo es aquel ”cuando se achatan siete lápices del número dos”.
John Steinbeck medía su estado de ánimo diciendo: “un día de escritura blando llego a terminar con sesenta lápices”.
Toulouse Lautrec se identifica con él: “Yo soy un lápiz”.
Nuestro poeta Vicente Quirarte dedicó un capítulo completo de un libro al lápiz.
Es simple. Es ligero. Es una máquina perfecta.
Es una barra de grafito encerrada en un cilindro de madera. Es un lápiz.

Artículo publicado originalmente en Murciégalo. Revista Cultural del CECC. Abril 20, 2011.
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