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  • Foto del escritorLeopoldo Silberman

El general

Año con año le llevé flores al general. He dejado de hacerlo. No por desinterés, sino por falta de tiempo. Pero cada vez que puedo paso por el panteón y lo visito. Hablo con él en voz muy baja, casi inaudible. Un día, no muy lejano, borraré la mancha execrable que se cierne sobre su nombre, justo como él lo pidió segundos antes de morir fusilado. Mientras tanto, me conformo con visitar de vez en vez la tumba donde alguna vez estuvo.

Él, en efecto, no se encuentra ahí, sino en la catedral de Puebla. Sus restos fueron exhumados por los hermanos Gayosso cuando Concha Lombardo, su viuda, se enteró de que a unos pasos había sido enterrado Juárez, a quien ella atribuía la muerte de su marido. Puebla fue el escenario de su primer pronunciamiento. Puebla lo acogería años más tarde.

En la tumba se encuentran los restos de su madre, Carmen Tarelo y de su hermano Joaquín, fusilado unos meses antes que él. Joaquín tenía los pies destrozados y tuvieron que amarrarlo para pasarlo por las armas. Miguel no. Miguel llegó sano y fuerte al pabellón de fusilamiento. Incluso se daba el lujo de sonreír a sabiendas de que nada lo salvaría de su destino.

Coincido con la doctora Erika Pani cuando señala que Miramón tenía todo para ser el héroe romántico de los conservadores: murió joven, dizque guapo y, sobre todo, un hábil general. La historia de sus amistades con personajes de su bando y del banco contrario es más que conocida. La historia de su amor hacia Concepcion Lombardo lo es más aún, dado que ella misma lo escribió por propia mano. Y muchos no lo conocen. Otros más, lo siguen venerando.

Sé por los guardias del panteón que no soy el único que le lleva flores. Sé que también es venerado Tomás Mejía, cuya tumba y figura permanecen casi en el olvido. Y el emperador por el cual murieron se halla a miles de kilómetros, en Viena, igualmente olvidado por unos y recordado vagamente por otros, más por su aparente inocencia que por sus méritos: Maximiliano el iluso y sus dos -traidores- generales. Así quedó plasmado en los libros de texto, en la historia oficial, en la historia de bronce.

Me gusta ir al Panteón de San Fernando. Me gusta merodear entre las tumbas y recordar las historias de esos hombres que alguna vez fueron importantes, pero no por ello dejaron de ser personas de carne y hueso. Con Miguel Miramón, en efecto, tengo un pacto. Con los otros no, pero no por ello los borro de mi memoria.

Llámenlo manía o afición de alguien formado profesionalmente en la Historia, llámenlo locura. Lo cierto es que no está de más, de vez en cuando, recordar el pasado. Nos ayuda a entender. Nos ayuda a ser más sensibles con respecto al presente.

Y si tú, lector, caminas por las calles de la colonia Guerrero, justo al cruce del Eje 1 Poniente y Puente de Alvarado podrás encontrar este recinto. Su cercanía con Reforma y su vecindad con el templo de San Hipólito -donde los católicos van a rezarle a San Judas Tadeo cada 28- hacen que muchas veces pase desapercibido ante el ojo poco avezado. Vale la pena conocerlo.

Si vas, salúdame al general. Dile que pronto iré a visitarlo.





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