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El difamador citadino

  • Foto del escritor: Leopoldo Silberman
    Leopoldo Silberman
  • 30 jun 2020
  • 2 Min. de lectura

He escuchado, no sin disgusto, lo confieso, que muchas personas no quieren ir al Centro Histórico poniendo de pretexto que “ahí roban”, “ahí matan” o bien, “ahí secuestran”. El común denominador en todos estos individuos es que no vienen a la antigua ciudad de México. No la conocen. Muchos nunca han puesto un pie en ella. Preguntándoles en que basan sus difamaciones suelen contestar: “me dijeron”, “lo oí en las noticias”, “le pasó a un amigo” o bien, “todo el mundo lo sabe, siempre pasa”. Un viejo compañero decía: “Yo no voy porque me deprime”; un conocido me acaba de comentar: “en España dicen que ahí asesinan”. Sí, también hay personas que creen que en México sólo nos alcanza para comer ratas que, por cierto, no se compran en el mercado, se cazan en las alcantarillas de la ciudad. Yo mismo lo vi en un noticiero pocho. También hay quienes creen que en Colombia todos son narcotraficantes, que en Brasil todos bailan samba y que México es un desierto donde solo crecen los cactus y un indigente está dormido debajo de uno, cubriéndose con un gabán, quizá en espera de Speedy González… Este tipo de juicios, por demás infundados y absurdos, dan pauta a las generalizaciones y las etiquetas: la fórmula Mexicano=macho bigotón, barrigón y mal hablado, es similar a Centro=robo-secuestro-asesinato. Pues no. El Centro no necesariamente se reduce a eso.

No negamos el grave problema de inseguridad que se vive en todas las grandes ciudades. Aquellos que, pensando que en Miami se librarán de la “terrible violencia de la capital mexicana” (y nos hacen el tremendo favor de emigrar para esos lares), se encontrarán con que también allá tendrán que enfrentar este tipo de problemas. Y, enfatizo, no te asaltan en todas las esquinas; de ser así, ¿cuántos ladrones tendrían que existir para una población tan grande?

A todos aquellos difamadores de mi ciudad (perdonen, me la apropié, es mía), les digo: antes de emitir juicios, vengan. Conozcan la ciudad, caminen sus calles, entren a sus magníficos edificios, coman en sus restaurantes, visiten sus iglesias y templos. Si no les gusta, lo entenderé. No me enojaré. Es más, seguiremos siendo amigos. Prometo seguirles mandando regalos en Navidad. Pero si les gusta (que es lo más seguro) adquirirán el doble compromiso de no emitir juicios infundados y de hacerla suya, de recorrer sus rincones, de vivirla. Aprenderán más de la Historia que en los libros de texto que llevaron en la primaria; conocerán más de arte que en todos los documentales de la televisión por cable; degustarán mejores platillos que los cocinados por la abuelita… El Centro Histórico de la ciudad de México es una experiencia… realmente inolvidable. Si usted no comparte mi opinión (está en todo su derecho), por lo menos no se convierta en el Difamador Citadino… 



Artículo publicado originalmente en Ritos y Retos del Centro Histórico, año VII, no. 36, nov-dic 2006.


 
 
 

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