Dios, que ha elegido al pueblo por instrumento
- Leopoldo Silberman
- 19 jun 2019
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El cadáver de Francisco Primo de Verdad y Ramos fue encontrado el 4 de octubre de 1808 en su celda del Palacio del Arzobispado. No puede afirmarse a ciencia cierta cómo murió, pero cabe dudar de su aparente suicidio; los testimonios de Carlos María de Bustamante y Vicente Riva Palacio sugieren que se trató de un asesinato. Medio siglo después del hecho, las que alguna vez fueron celdas del Arzobispado se convirtieron en casas particulares, cuyas entradas se encontraban sobre la calle de Santa Teresa. Actualmente, y como un homenaje al protomártir de la independencia nacional, esa calle recibe el nombre de Licenciado Verdad.
Con motivo de las conmemoraciones del bicentenario de la gesta independentista y del centenario del inicio de la Revolución Mexicana, el Gobierno del Distrito Federal publicó la obra Memoria Póstuma. Licenciado D. Francisco Primo de Verdad y Ramos, Síndico del Ayuntamiento de México, 1808 que, además de contar con una bella edición y una presentación a cargo del actual jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, recoge las ideas de Francisco Primo de Verdad y Ramos, plasmadas apenas unos días antes de su muerte.
La invasión napoleónica a España, las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII y la imposición de José Bonaparte en el trono hispano fueron el punto de partida para que los miembros del Ayuntamiento de México buscaran por todos los medios a su alcance oponerse a la intervención francesa. La propuesta de Primo de Verdad, ante la ausencia del rey, era devolver la soberanía al pueblo. El pueblo, ese instrumento de Dios para elegir soberanos, era representado a su vez por los ayuntamientos, que entonces estaban destinados a hacerse cargo del poder en el interregno de la dinastía borbónica.
La historia es conocida: en las semanas siguientes, el ayuntamiento instó al virrey Iturrigaray a que convocara a una junta que gobernara en ausencia de Fernando VII. Unos días después, Verdad, junto con Fray Melchor de Talamantes, Juan Francisco de Azcárate y José Antonio Cristo, propuso construir un gobierno nacional cuyo sustento serían los distintos Ayuntamientos de la Nueva España. Pero un golpe de Estado, al frente del cual se encontraba el acaudalado comerciante Gabriel de Yermo, secundado por buena parte de los peninsulares de la Ciudad de México, impuso al almirante Pedro de Garay como nuevo gobernante para que asumiera el mando. El virrey Iturrigaray y distintos miembros del Ayuntamiento, entre ellos Primo de Verdad, fueron aprehendidos.
La Memoria de Verdad y Ramos fue firmada tan sólo tres días antes de su aprehensión, y tenía por objeto hacer ver, a aquellos que se oponían a la constitución de un gobierno nacional, que dicha acción no obedecía a ambiciones personales, ni tampoco traicionaba a la figura del rey; por el contrario, era legítimo devolver la soberanía al pueblo, representado por los ayuntamientos, a fin de salvaguardar el reino ante el embate del invasor.
Con una destreza extraordinaria, el licenciado Verdad hace una apología del papel que los ayuntamientos habían desempeñado desde siglos atrás, haciendo hincapié –como un notorio y evidente mensaje a sus detractores– en el incuestionable papel de los mismos, máxime en aquellos momentos críticos cuando las decisiones de sus miembros habían sido determinantes para el desarrollo histórico de la Nueva España y su metrópoli.
Uno de los más grandes méritos del pensamiento de Francisco Primo de Verdad fue su conciencia del momento crítico que España y sus colonias vivían ante las invasiones napoleónicas, suceso decisivo pues no sólo cuestionaba a la monarquía en su papel de detentadora de la nacionalidad, sino que destacaba el papel democrático de los cabildos, eslabón necesario entre la casa reinante y el pueblo:
“Quando Moisés conducía al pueblo de Israel por el desierto –señala Primo de Verdad– constituido juez por el señor, oía sus querellas, y administraba justicia; pero siendo éstas muchas, y no pudiendo despacharlas todas por sí, nombró por jue-ces á los ancianos sabios del mismo pueblo, autorizándolos completamente á nombre de Dios. Por este gran modelo de gobierno han nombrado los S.S. Reyes de España á los Alcaldes […]”
Pero Verdad va más allá, sostiene que los reyes eran producto directo de la designación del pueblo, quien reconoció en algún hombre fuerte y protector un líder al cual seguir, y decidió, por voluntad propia, servirle y serle fiel. Así, el monarca no era ni sería el dueño absoluto de la soberanía, pues esta tan sólo era un préstamo, no una dádiva del pueblo.
Más que adelantarse a su época, Francisco Primo de Verdad y Ramos era un hombre de su época, un hijo de la Ilustración. A través de sus actos, dio uno de los pasos más firmes en el camino –tortuoso, por supuesto– de la independencia nacional. Su legado, visto a dos siglos de distancia, permanece incólume.
RESEÑA publicada originalmente en 20/10 Memoria de las Revoluciones en México, México, número 1, junio-agosto 2008, p. 204, ISBN 978-970-9719-12-3

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