De héroes y traidores
- Leopoldo Silberman
- 30 jun 2020
- 3 Min. de lectura
La verdad es que sí, nos pese o no, el conocimiento que tenemos acerca de nuestra historia y, para ser más específicos, de los héroes que nos dieron patria, es escaso y en algunos casos, casi nulo. ¿Por qué? ¿Tendrá algo que ver el hecho de que la historia oficial nos ha mostrado solo una cara de personajes que fueron tan complejos como lo somos nosotros mismos? Tal vez la cuestión está relacionada con la visión que nos ha sido inculcada de los prohombres de los siglos pasados; para nosotros, ellos son tan distantes, tan unidimensionales, tan de bronce, que es prácticamente imposible atribuirles pasiones y problemas, nada que los desvíe de sus destinos ulteriores; nada que empañe su futura trascendencia nacional.
Y no solo los libros de texto han contribuido a que los mexicanos tengan esa visión de sus héroes; también el cine ha jugado un papel muy importante. ¿Quién no recuerda al Miguel Hidalgo encarnado por un Julio Villarreal que además de ser un cura bondadoso y paciente agregaba a cada oración que enunciaba palabras como “patria”, “libertad” y “unión”? Muchos otros actores interpretaron a nuestros personajes históricos, todos dándoles un matiz personal pero ninguno mostrando su lado humano. El caso más extremo es el de aquel actor cuyo nombre sinceramente no recuerdo pero que, al encarnar al Benemérito de las Américas en sus años mozos, lo hizo parecer una estatua, siempre con la palabra exacta, siempre atento al acontecer nacional, infalible, indestructible, sin pasiones ni necesidades físicas (¡y mucho menos fisiológicas!)¡Qué triste!
Si esa es la visión que se tiene de los héroes, ¿qué destino le deparó la historia oficial a los antihéroes, a los llamados “traidores”? Al purgatorio cívico mexicano ingresaron personajes como Iturbide (el libertador de México), Porfirio Díaz (el héroe del 2 de abril), Antonio López de Santa Anna (el indispensable, el llamado héroe de Tampico), Miguel Miramón (uno de los cadetes que combatieron a los estadounidenses en Chapultepec) y tantos más que la lista podía ser excesivamente larga. La pregunta sería: ¿estos personajes fueron en verdad traidores a su patria? No necesariamente; más bien han sido víctimas de una historia oficial que, en su afán de enaltecer las virtudes de los vencedores, optó por envilecer las características de los vencidos. Porque eso fueron: simplemente vencidos. El caso más polémico es el del general Santa Anna, blanco de los odios de todos los partidos pues a lo largo de su vida fue realista, independentista, imperialista, republicano, centralista, federalista, liberal, conservador. Es decir, fue fiel a todos y a nadie, fue adepto a sí mismo. Eso en sí no es una traición. Hace poco, una de mis sobrinas (de escasos 11 años de edad) comentaba que Santa Anna era “malo” porque había “vendido México” a los Estados Unidos. ¿Dónde quedaron las acciones de defensa? ¿Dónde sus meritos luego de haber combatido a tres intervenciones extranjeras? De hecho, cuando se firmó el Tratado de Guadalupe Hidalgo en febrero de 1848, el caudillo veracruzano ni siquiera continuaba en el poder ejecutivo. Entonces ¿por qué se le acusa a él? Porque siempre tiene que haber un culpable.
Nadie quisiera aceptar que nuestro país pasó por una serie de altibajos que duraron desde la Nueva España y hasta nuestros días, acentuándose sobretodo en el siglo XIX, la centuria de la definición del Estado Mexicano. A nadie le agrada la idea de que durante varias décadas existieron muchos mexicanos patriotas (en el más amplio sentido de la palabra) y no todos fueron liberales o republicanos; muchos estaban convencidos de que el bien nacional solo podría alcanzarse reinstaurando la monarquía (sí, en efecto, alguna vez lo fuimos y por más de trescientos años). A nadie le gusta tampoco pensar que los héroes que adornan sus avenidas fueron HOMBRES y MUJERES comunes, con pasiones, con enojos, con dolores de cabeza, con buenas y malas decisiones y sobre todo, falibles. Es decir, que cometían errores. El mismo Juárez, el Benemérito, el zapoteca que llegó a presidente y que encabezó la resistencia a la segunda intervención francesa, tomó alguna vez malas decisiones. No por ello se empañan sus méritos; al contrario, se engrandece la figura del oaxaqueño pues podemos verlo como un hombre de su época. Es tiempo de dejar de ver a vencedores y vencidos, a aquellos que forjaron nuestra historia y lucharon por defender su propia visión de la Nación, como héroes y traidores, como buenos o malos en una epopeya que en verdad sucedió y que estuvo protagonizada por seres humanos comunes y corrientes; iguales a nosotros aunque quizás, por qué no decirlo, más conscientes de su papel, más preocupados por su país. Más patriotas.

Artículo publicado originalmente en Ritos y Retos del Centro Histórico, año VI, no. 29, ago-sept 2005.
Comments