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  • Foto del escritorLeopoldo Silberman

Contador de historias


Un día voy a escribir la historia de mi padre antes que se me olvide.

Han pasado quince años desde su muerte y todavía recuerdo vivamente las inflexiones de su voz, su loción, sus gestos y muchas de las frases que decía una y otra vez y que eran tan suyas.

Han tenido que pasar tres lustros para que yo empiece a entenderlo, a verlo claramente como jamás me fue posible mientras estuvo vivo.

Mi papá era un estupendo contador de historias, como lo fue mi abuelo. Y el destino quiso que yo pasara mucho tiempo con él, nomás los dos, de punta a punta de la ciudad siempre en el auto.

Apenas salíamos de la escuela y comenzaba la odisea que nos podía llevar indistintamente al Centro o a Ecatepec, a Neza o a Santa Fe, a cualquier parte en realidad. A veces mi mamá nos preparaba algo de comer, a veces comíamos por ahí en algún café de chinos de esos que tanto le gustaban.

Él invariablemente me contaba algo: de su infancia plagada de carencias, de un sitio en que vivió, de mis tías y mi abuelo. Cada calle era el pretexto necesario para contarme algo, a veces importante y tantas otras no, pero al fin y al cabo una anécdota aderezada de detalles: la dirección exacta, el nombre de la vecina, lo que se oía en la radio, el grado que cursaba y alguna que otra frase de mi abuelo Ben-Zion quien desde que llegó se hizo llamar Alfonso.

Y yo, siempre curioso, le preguntaba todo: quién vive por allá, adónde va esa calle, quién era el presidente, quién canta esa canción, qué quiere decir eso, cómo regreso a casa, por qué eso es de tal color, donde está Tlalnepantla, qué piensa la tía Chela, dónde estaba el fantasma, de dónde es el abuelo, a qué sabe tal fruta… todo, todo lo preguntaba.

Y pronto se alistaba a contarme una historia mientras yo bebía naranjada y me asomaba bobamente por la ventanilla del auto.

Esa era nuestra vida: él contaba, yo escuchaba. Yo preguntaba, él respondía.

Fue ya en mi adolescencia que no pregunté más y fue posiblemente esa la causa de nuestro alejamiento. Jamás podré saberlo.

Hoy sé que cuando hablo y platico e hilvano historias de aquí y de por allá, mi papá está presente. Él me enseñó estas calles y lo que en ellas pasa. Él me contó su vida y la de otros, la de quienes pasaron por aquí y la de quienes permanecen. Y yo aprendí a escuchar y a guardar en mi mente sus palabras para luego regarlas por ahí, por la ciudad, en éste y otros barrios que tanto le gustaban.



Publicado originalmente en Área de No Leer, revista digital, octubre 12 de 2016. 

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