Como nosotros
- Leopoldo Silberman
- 2 jul 2020
- 3 Min. de lectura
COMO NOSOTROS
Leopoldo Silberman
Creo que no hay un solo historiador que no tenga un tema favorito. Uno que prepare con más ahínco. Aquel que le entusiasme tanto que le dedique incluso un tiempito extra al considerado por los atosigantes planes de estudio. En lo particular, yo no puedo evitar emocionarme a la hora de narrar los azarosos días de la guerra de Reforma y el Imperio de Maximiliano. Mi fascinación comenzó, como lo narré en alguna entrada de este mismo blog, con la lectura de Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano. No obstante, el estudio del periodo me ha hecho no sólo un especialista, sino un verdadero fanático.
Mucho lo debo a Berta Flores Salinas, quien en su cátedra no sólo hace gala de sus conocimientos enciclopédicos sobre el tema sino, principalmente, de su pasión por todos y cada uno de los personajes, liberales y conservadores, republicanos e imperialistas, que conforman este periodo. Sé que no es la única de los catedráticos que se ocupa de estos menesteres, pero sí fue quien puso en mí la semilla que, con el tiempo, daría frutos. “¿De quien se quiere ocupar en su tesis?”- me preguntó alguna vez. “De Miramón”- respondí. “No lo haga. Está muy estudiado…”- sentenció.
No le hice caso.
Irónicamente, fue el seminario de investigación de Ana Rosa Suárez Argüello el que me puso en el camino, dado que generaríamos como fruto de nuestro aprendizaje biografías de personajes del siglo XIX. Quedaba como anillo al dedo. Asesorado por dichas historiadoras, dediqué cuatro años de mi vida a darle forma a una historia que, pese a haber sido estudiada en tantas ocasiones, brindaba todavía muchas posibilidades de interpretación. ¿Miramón era un traidor a la patria, tal y como se le increpó durante su juicio? Tenía que averiguarlo.
Pero como sucede en estos asuntos, uno comienza con un joven general conservador y termina analizando al enemigo, a sus compinches, a los amigos del primero, a las esposas de los últimos. Es en verdad un rompecabezas lleno de alianzas, traiciones, intereses mezquinos, chismes y maquinaciones. Así como la vida. Lo que es verdaderamente interesante es que el investigador es testigo de todo esto y, cual detective victoriano, puede hilar las historias, tejer los enredos y destejerlos cuando sea necesario, a fin de comprender todo el periodo sin que necesariamente se incline a uno u otro bando. Esa es la ventaja de observarlo todo a distancia.
Aun así me emociono. Tomo parte en las batallas y participo de las intrigas. Me ilusiono en las cartas de amor y lloro en las misivas que tienen por objeto una despedida, un adiós sin retorno. Y creo que es imposible no sentir cercanía por personajes tan parecidos a nosotros: he visto a los alumnos emocionarse con Guillermo Prieto y su gran labia (verbo mata carita), odiar a Leonardo Márquez, enamorarse de Miramón, sentir una gran simpatía hacia Santos Degollado, compadecerse de Maximiliano, intrigarse con la locura de Carlota, incomodarse con la inflexibilidad de don Benito.
¿Por qué hacerlos nuestros? ¿Por qué acercarlos a nuestros sentimientos? ¿A nuestra forma de ser? ¿A nuestro sentido del deber? ¿Por qué podemos sentir lo mismo hacia uno u otro bando? La respuesta es sencilla: porque así debería ser. No buenos ni malos. No héroes ni traidores. Mexicanos como nosotros. Siempre lo he dicho: como nosotros.

Artículo publicado originalmente en Payaso Procaz. Cultura sin pudor, Noviembre 20, 2012
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