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Breve travesía de una carta: el Palacio Postal

  • Foto del escritor: Leopoldo Silberman
    Leopoldo Silberman
  • 30 jun 2020
  • 2 Min. de lectura

Mandar una carta es una experiencia única: desde la misma redacción, la carta implica resumir, en unas cuantas hojas, el acontecer, el sentir, el pesar de quien la escribe. Buscar el sobre correcto, sellarlo y guardarlo en un lugar seguro hasta el momento en que se pueda acudir a la oficina postal más cercana y adquirir una estampilla, pequeña obra de arte viajera, tarjeta de presentación de la correspondencia, son los pasos a seguir en la elaboración de una carta cualquiera.

Más placer causa aún si se acude al Palacio Postal; el suntuoso edificio que se levanta en la esquina de las antiguas calles de Tacuba y San Juan de Letrán y cuyo exterior, magníficamente tallado, es una sincronía de estilos: del plateresco al morisco, del gótico al renacentista. El simple hecho de entrar denota por si mismo un viaje al pasado, una ventana a tiempos en que la carta era el medio más común de transmisión de mensajes a distancia.

Fue bajo el gobierno del general oaxaqueño Porfirio Díaz que se pensó en erigir un recinto para el servicio postal, equivalente a la importancia que éste tenía. Las oficinas centrales del correo se encontraban, para esos años finiseculares, en un anexo a la Casade Moneda desde hacía medio siglo. Siempre se habían ubicado en las cercanías del Palacio Nacional, antes Virreinal, al extremo de llegarse a conocer la arteria trasera a éste con el nombre de “calle del Correo Mayor”.

Pero en el Porfiriato se decidió ubicar al servicio postal en el lugar que alguna vez ocupara el Hospital de Terceros del convento de San Francisco, frente a donde se proyectaba construir el Gran Teatro Nacional, hoy conocido como Palacio de las Bellas Artes. Y fue precisamente el arquitecto italiano Adamo Boari, artífice de éste último recinto, el elegido para hacer el proyecto del Palacio Postal, mismo que sería construido por el ingeniero mexicano Gonzalo Garita.

En 1902 inició la construcción y fue hasta cinco años después que se concluyeron las obras; en febrero de 1907 el presidente Díaz inauguró formalmente el edificio. Y desde ese año a la fecha, el Palacio Postal, con sus elegantes herrajes en las ventanillas de servicio, sus magníficas escaleras y eclécticos barandales, sus  arcos y columnas y la exquisita decoración de sus fachadas, sigue funcionado como la oficina postal más importante del país. Alguna vez fue este edificio un ejemplo de modernidad y tecnología; hoy en día, pese al imborrable paso del tiempo, sigue en pie, tan majestuoso como antaño, tan imponente como el mismo día de su inauguración. ¿No lo conoce? Es indispensable hacerlo.



Artículo publicado originalmente en Ritos y Retos del Centro Histórico, año V, no. 25, sept- oct 2004.


 
 
 

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