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  • Foto del escritorLeopoldo Silberman

Billy Elliot o cómo ser feliz y no morir en el intento

Cuando rondaba los diez años, mi padre tuvo la ocurrencia de inscribirme en karate, con el firme afán de hacer de su hijo menor un machín que no se dejara amedrentar por cualquier hijo de vecina. “Si te pegan, te pego” advertía siempre, añadiendo además que prefería verme expulsado de la escuela que verme derrotado ante un gañanzuelo de la escuela primaria. Eran aquellos tiempos en que Daniel-san debía madrearse a Johnny (y a todos sus amigos) para ganarse su respeto; tiempos en que Marty debía regresar en el tiempo a enseñarle a su propio padre a defenderse de Biff y así poder cambiar su propio destino.


Y yo odiaba el karate. Hubiera preferido otra cosa.


Años después, en el cine, me cautivó la historia de un niño, Billy, que deseaba bailar. Su padre, un minero británico inmerso en las huelgas del carbón de 1984-1985, lo inscribe en clases de boxeo en el centro deportivo del pueblo. Pero Billy no nació para eso y se une a las clases de ballet. El padre, furioso al enterarse, se lo prohibe terminantemente. Pero el niño logrará, finalmente y ayudado por la profesora de baile, cumplir su sueño de ingresar a una academia.


La película de Stephen Daldry, Billy Elliot, era sencilla, inspiradora, brillante. Y el mayor éxito que tuvo fue quizás el no haber sido aclamada por la crítica pero sí por los espectadores, que se identificaron (nos identificamos) con ese niño que tenía todas las de perder pero que no renunció a realizar su sueño. Cuentan que el mismo Elton John, al ver la cinta, propuso a Daldry el llevarla a los escenarios. Así surgió la idea del musical detrás del cual está la triada responsable del éxito cinematográfico: Daldry en la dirección, Lee Hall en el guión (y en la letra de las canciones) y Peter Darling en las coreografías. Como era de esperarse, Sir Elton compuso la música.


El éxito en los cinco continentes, desde su estreno en 2007, ha sido rotundo. Billy Elliot es un musical alegre e inspirador que ha ganado decenas de premios y que, para fortuna de los mexicanos, se presentó en el Centro Cultural Teatro II (antes Telmex) de la Ciudad de México.


Siempre es un gusto encontrarnos con historias que nos arrancan una sonrisa y nos hacen recordar que hay sueños que pueden realizarse. Que deben realizarse. Sé bien que mi papá, si aún viviera, hubiera disfrutado Billy Elliot. La habría gozado como enano. Y si eso hubiera pasado cuando yo aún era un mocoso, a mí me hubiera ahorrado una buena cantidad de moretones completa y absurdamente innecesarios.





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