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Batman y Robin combaten el crimen

  • Foto del escritor: Leopoldo Silberman
    Leopoldo Silberman
  • 15 oct 2019
  • 2 Min. de lectura


A algunos les llega la Navidad desde noviembre. Apenas pasando el día de Muertos ya podemos encontrarnos con casas adornadas, árboles iluminados, astas de reno en automóviles y gente con gruesos suéteres de rombos y gorras para la nieve. ¿Por qué ese afán de adelantar festejos? A finales de octubre ya se podían encontrar en los supermercados simpáticas figuras de hombres de nieve que bailan cha-cha-chá, al lado de monstruos transilvanos rellenos de dulces (eso sí, todo en oferta). Si antes se hablaba del maratón “Guadalupe-Reyes” (12 de diciembre al 6 de enero), al paso que vamos, en poco tiempo se extenderán los festejos desde el día de la Independencia hasta el de la Candelaria. O de los Niños Héroes al Natalicio del Benemérito, ¿por qué no?

Lo cierto es que nos encanta festejar. Nos fascina enfiestarnos y estirar el momento del goce y regocijo lo más que se pueda. Incluso supe de un caso en el cual decidieron no quitar el árbol de Navidad (“¿Para qué, si ya casi lo vamos a poner?”-señaló el susodicho) y lo guardaron emplasticado en un clóset lo suficientemente grande como para que ni las esferas sufrieran alteración alguna. Cabe mencionar que, cuando lo desempolvaron, aquello parecía un chupirul triste y desencajado.

Debo confesar que a mí no me ilusiona del todo la Navidad. Y digo “del todo” porque hay tres cosas que sí me hacen sonreír:

1) La posibilidad de salir de vacaciones.

2) El dar regalos y…

3) El recibir regalos.

Sé que el más ortodoxo de los anticapitalistas podrá decir que es una época banal destinada al consumo masivo propiciado por las grandes trasnacionales pero… sí. La verdad es que sí: a mí me emociona comprar regalos. Y me enternece que me den regalos. Aun así, lo mejor sigue siendo el hecho de separarme de mis labores por un par de semanas. Aclaro, para aquel que por vez primera me lee, que soy un destacado y conocido workahólico que no suele dejar de pensar en su trabajo ni dormido (¡Uno tiene cada sueño tan estresante!). Es por ello que me fascina saber que, en días de completo asueto puedo dedicarme a los tres placeres más mundanos y productivos del periodo vacacional:

a) Caminar

b) Leer

c) Tomar fotos

Siempre que salgo de viaje llevo lo indispensable para saciar mi necesidad de descanso (misma que radica en los puntos a, b y c ya mencionados) dado que, además, la distancia y el cambio de aires nos da una perspectiva distinta de las cosas. Si no me cree, haga la prueba: cuando se encuentre enfrascado en la irresolución de un problema, trate de serenarse, póngase un suéter (hace frío) y salga a caminar. Vaya a algún sitio desconocido y siéntese a observar, simplemente observar. Notará como la solución llega en automático. Eso es lo que experimento en las vacaciones. Además: ¡se ve cada cosa! Baste como ejemplo esta instantánea a la que he titulado “Batman y Robin combaten al crimen” y que capturé en una visita decembrina a la hermosa ciudad de Querétaro.

Sirva de marco para este relato.

Atentamente:

Un workahólico en proceso de redención.

 


Publicado originalmente en LetrasExplícitas.mx, Diciembre 17 de 2012

 
 
 

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