A tontas y a locas
- Leopoldo Silberman
- 28 jun 2020
- 2 Min. de lectura
Mientras intentábamos leer la cédula, un chico –de unos once años- rayoneaba a toda velocidad sobre un cuaderno. Con evidente enfado pasaba de un lado al otro de la sala de manera mecánica, mientras sus padres y hermana hacían lo mismo. Toda una familia reunida en un museo no para disfrutar la exposición, sino para copiar todo lo escrito y, seguramente, realizar un engorroso reporte de su visita –boleto y fotos incluidos.
Puedo asegurar sin temor a equivocarme que ese chico no entendió nada. Ni le gustó nada. Nada.
Alguna vez nos sucedió algo similar: a mi hermana le encargaron ir al Museo Nacional de Antropología y tanto mis padres como yo nos dedicamos a copiar TODO lo que estaba escrito en cédulas, mamparas y demás a lo largo de todas las salas. La consecuencia es lógica: minutos antes de entrar a esta exposición, mi hermana marcó a mi número celular. Al decirle que estaba en el museo, no ocultó su aversión, tildándome de loco. Han pasado casi treinta años y a ella sigue dándole tirria cualquier cosa relacionada con la cultura. A mí no me pasó lo mismo (no sólo me dedico a esto, sino que he trabajado en museos) pero entiendo a todos aquellos que les desagrada la idea de ir a una sala de exposiciones.
Y es que si los maestros no se empeñaran en obligar a los alumnos a ir a exposiciones que muchas veces no necesariamente entienden, la cosa sería distinta. ¿De qué le sirve a un chavito de primaria saber de las miniaturas indias pintadas en libros desde hace seis siglos? ¿No sería más fácil hacerle entender para qué sirve ese conocimiento? ¿Por qué es importante? Imagino que si el maestro hubiera visitado la exposición primero, se habría dado cuenta de que por muy interesante que sea lo expuesto, si no tienes conocimientos previos –e interés- de nada sirve asistir.
A lo largo de años me ha molestado esa situación, porque va más allá del entendimiento o apreciación de un tema: es una cuestión de hábito. Pero si los maestros no van a las exposiciones previamente y los padres de familia no tienen la costumbre de hacerlo, el chico que asiste está a la deriva en un mar de saber que, por muy interesante que sea, no le servirá ni lo sabrá aprovechar. ¿Podemos hacer algo para remediarlo? Quizás sí.

Publicado originalmente en LetrasExplícitas.mx, Septiembre 9 de 2013.
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